Mensaje de navidad

Mensaje de Navidad:  ¡Nos ha nacido un niño!

Este es el relato de un nacimiento que habría de cambiar el rumbo de la historia; no sólo de una pareja de recién casados, sino también de la humanidad y del mundo espiritual en general.

Un niño estaba listo para nacer del vientre de una virgen.  ¡Un acontecimiento inusual y completamente  imposible era realidad y una pareja de sencillos judíos fueron elegidos para recibirlo!.

¿Se ha preguntado lo que pensaría María durante su embarazo? Era una adolescente con un corazón determinado a obedecer la voz del Dios en el que ella creía, sin importar el riesgo al que se exponía estando embarazada sin que hubiera un hombre en la ecuación.

“Es un embarazo divino” podría haber dicho. Pero ¿Quién iba a creérselo? Solamente su prometido, a quien la habían enlazado en compromiso de casamiento, porque ese mismo Dios, le envió un ángel para confirmárselo y evitar que la dejara expuesta a la condena de ser apedreada que dictaba la ley del momento.

¡Cuántas emociones encontradas durante este episodio!  María estaba enfrentando dos situaciones desconocidas para ella por completo:  Casarse y embarazarse sin el proceso habitual.  

El evangelio según Mateo, capítulo 1 versos 18 al 25 declara:  Este es el relato de cómo nació Jesús el Mesías. Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de que la boda se realizara, mientras todavía era virgen, quedó embarazada mediante el poder del Espíritu Santo. 

José, su prometido, era un hombre justo y no quiso avergonzarla en público; por lo tanto, decidió romper el compromiso en privado.

Mientras consideraba esa posibilidad, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. «José, hijo de David—le dijo el ángel—, no tengas miedo de recibir a María por esposa, porque el niño que lleva dentro de ella fue concebido por el poder del Espíritu Santo. Y tendrá un hijo y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Todo eso sucedió para que se cumpliera el mensaje del Señor a través de su profeta: «¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que significa “Dios está con nosotros”».

Cuando José despertó, hizo como el ángel del Señor le había ordenado y recibió a María por esposa, pero no tuvo relaciones sexuales con ella hasta que nació su hijo; y José le puso por nombre Jesús.

Esta pareja tuvo el privilegio de ser escogida por Dios mismo para cumplir la más grande de sus promesas, anunciada por el profeta Isaías casi 700 años antes de que se hiciera realidad.

Ambos estuvieron de acuerdo en hacerlo sin saber que estaban entrando en una espiral que cambiaría sus vidas por completo.

La noche que nosotros celebramos como “Navidad” representó para ellos un reto sin precedentes.

Su experiencia como padres apenas empezaba, su habilidad para atender un nacimiento iba a ponerse a prueba y los lugares adecuados para que sucediera ¡estaban todos ocupados!

Lucas capítulo 2 nos cuenta que: En esos días el emperador Augusto ordenó que se levantara un censo de todo el mundo habitado. Este primer censo se levantó cuando Cirenio era el gobernador de Siria. Por lo tanto, cada uno tenía que ir a inscribirse a su propio pueblo.

Entonces José también salió del pueblo de Nazaret de Galilea. Se fue a Judea, a Belén, al pueblo del rey David, porque era descendiente de él. Se registró con María, quien estaba comprometida con él. Ella estaba embarazada y mientras estaban allí, llegó el momento de que diera a luz.

La travesía que los llevó por la antigua y difícil geografía que iba de Nazaret, la población natal de María; y Belén, la de José, los obligó a transitar algo más de 150 kilómetros que pasaron de la llanura cálida en la que estaba asentada Nazaret, a la fría montaña en la que reposaba Belén.

Posiblemente hayan usado un asno para transportar sus provisiones y a María, cuando el cansancio de la caminata a sus nueve meses le impidieran continuar la jornada.

No fue una tarea fácil… Quienes hemos sido madres sabemos que una caminata tan larga y escabrosa hace que los pies estén pesados y el cansancio se vuelva extenuante.

Había que llegar a Belén porque la orden de su gobernante era ineludible.  María debía acompañar a su esposo sin importar su condición y el nacimiento del niño no dio más espera.

Afanados buscaron en un lado y otro, un lugar en donde reposar, mientras María se enfrentaba a un nuevo reto: el trabajo de parto.  Con tanta caminata, de seguro sus contracciones iban más rápido de lo esperado y nadie estaba dispuesto a ceder su lugar para que la jovencita diera a luz dignamente.

Afanados buscaron en un lado y otro, un lugar en donde reposar, mientras María se enfrentaba a un nuevo reto: el trabajo de parto.  Con tanta caminata, de seguro sus contracciones iban más rápido de lo esperado y nadie estaba dispuesto a ceder su lugar para que la jovencita diera a luz dignamente.

Un posadero les hizo espacio en medio de los animales. No era la mejor opción, era la única… Así que en medio del dolor de una primeriza desesperada, cualquier solución estaba bien.

La higiene del lugar y la compañía eran inadecuados, la experiencia de José en atención de partos, era ninguna, pero allí en medio de tantas adversidades y con apenas unos retazos en que envolverlo, les nació su primer hijo.

“Nos ha nacido un niño” se dijeron uno al otro en medio de la complicidad que había generado un amor tan puro y real que se mantuvo firme en medio de la incertidumbre a la que estuvieron expuestos hasta ese día y que, seguramente los fue acompañando durante mucho tiempo más.

El niño que les nació vino para cambiarles la vida, como nos ha cambiado a todos los que somos padres, pero además de eso, permanecía latente la certeza de que tenían en sus brazos a “Dios mismo”.

No sé cuáles serían los pensamientos inmediatos al verlo, pero lo que es seguro, es que su divinidad, envuelta en un pequeño cuerpo era tan evidente como el alivio y la alegría que sintió María cuando el dolor dio paso a la satisfacción de ser madre.

Ha  nacido un niño, no uno cualquiera, un niño que marcó la vida de sus padres  y sigue marcando la nuestra porque como anunció el ángel sería llamado “Emmanuel” Dios está en medio nuestro marcando la historia de la humanidad, poniendo un antes y un después en la vida de todos los que también le recibimos con total devoción para adorarle.

Los primeros privilegiados, además de los padres, fueron unos pastores que cuidaban sus rebaños cerca del lugar y fueron testigos de cómo los ángeles descendían a adorar al más sublime de los reyes que reposaba en el lugar menos indicado para tal grandeza.

Aunque lo anunciaron por cientos de años, no lo esperaban y no lo aceptaron, aunque estrellas y los ángeles celebraron su llegada, la humanidad no tuvo espacio para recibirlo.

Ese niño que nació marcó la vida de María con grandes alegrías, satisfacciones, obediencia, milagros y maravillas, pero también con un dolor que le traspasó el alma cuando fue entregado a causa del pecado de todos  nosotros.

Él fue el compañero de jornadas de José y su primer y más especial aprendiz de carpintería, quien le dió el privilegio de ejercer su paternidad humana sobre Aquel que era su Creador.

La vida de ellos nunca más volvió a ser la misma y la de nosotros tampoco.  Ese pequeño envuelto en pañales, fue el cumplimiento de la promesa hecha a la humanidad en el momento mismo en que Adán y Eva rompieron su relación con Dios y el pecado se instaló en la tierra como su dueño y señor.

Fue recibido por el cielo con gran festejo y por la tierra con total anonimato.

Jesús nació en un pesebre y se vistió de retazos de tela, sí, pero hoy está sentado a la diestra del Padre, vestido de gloria y majestad.

Un  niño hizo la diferencia, porque era Dios revestido de humanidad, comunicándole a sus criaturas, que su amor no caduca, que sus promesas son firmes, que la misión que nos encomienda tiene la garantía y los recursos necesarios para su cumplimiento.

José y María son la mejor muestra de ello…  Una vez agotados sus recursos en llegar a Belén, llegaron a visitarles los sabios venidos de Oriente, con presentes de gran valor que ratificaban la grandeza del infante que reposaba tranquilo en el regazo de su joven madre.

Oro, incienso y mirra, regalos para un rey; presentes que anunciaban el futuro que le esperaba.  Dios se había hecho carne para mostrarnos el camino por el cual debemos andar, para abrirnos las puertas del cielo y para librarnos de la muerte eterna, del pecado y de la culpa.

Para reconciliarnos con el Padre, para romper nuestras cadenas, sanar nuestras heridas, para abrirnos sus brazos de amor y para derrocar las tinieblas que nos gobernaban.

Hoy celebramos para recordar ese precioso día, el día del nacimiento de Jesús, conscientes de las dificultades a las que se vieron enfrentados José y María.

Hoy recordamos que un día Dios se hizo humano para trazar la única ruta que nos lleva hacia Él.

Hoy que hemos preparado presentes para los nuestros, urge que primeramente preparemos el corazón como el mayor presente que entreguemos a Quien dejó de ser un niño, pero nunca dejará de ser Dios.

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