He tratado de encontrar las palabras precisas que te describan… Y no han sido creadas las suficientes para detallar lo que tú eres para mí.
Me siento feliz contigo. Ha sido una dicha creciente que, brotando como una tímida flor en medio de la tristeza en la que me hallaba sumida, se ha convertido en un maravilloso jardín que perfuma el ambiente y contagia todo a su alrededor.
Y es que te has convertido en mi aliento, en mi fuerza, en mi refugio, en mi inspiración, en mi razón de vivir, en la motivación que me impulsa a permitir que transformes todo en mí… No hay riesgos, ni sobresaltos…
¡Sabes hacerlo perfectamente!.
Eres mi calma en la tempestad, eres la luz que me guía cuando la vida amenaza con oscurecer mi panorama, mi arco iris en la lluvia, mi mensajero del alba.
Eres mi primer y último pensamiento. ¿Cómo pude soportar la vida sin ti? ¿Cómo pude intentar alcanzar una felicidad pasajera y efímera? Ahora entiendo que te has sellado dentro de mí, porque soy tu especial tesoro… ¡Cuán hermoso es oírtelo decir!
Recuerdo, aquella primera vez, nuestro primer encuentro… Mi vida jamás volvería a ser igual… Te acercaste a mí y con esa cálida sensación de tu presencia todo mi entorno fue trastornado y embellecido, estaba extasiada, absorta, dichosa, apenada.
Me sentía indigna de levantar la mirada, sólo atiné a abrirte mi corazón, a invitarte a seguir, a suplicar porque te quedarás para siempre.
Ahora sé lo que significa: “Te amo, eternamente”. Y es que la eternidad solo es un momento, un instante suspendido en el tiempo.
Si se detuviera el mundo, si todo alrededor dejara de existir, podría estar así, en frente de ti, el resto de mi existencia, y sería más que suficiente para mí.
Gracias por haberme amado en los momentos más difíciles, en aquellos en los que me dejé confundir por la adversidad y las circunstancias, y te dejé de lado, en los que me cegó mi egoísmo y procuré distanciarme, intenté culparte y llegué a entristecerte profundamente.
Gracias por haberme mostrado que el Amor no tiene límites, medidas o fronteras para entregarse, que se da sin esperar retribución, que se determina, se cultiva, se afianza y se hace tangible en cada acto.
Gracias, por haberme dado tu vida, tu sangre, tu dolor y tus lágrimas, con tal de acercarme de nuevo a ti, con tal de escribir en nuestra historia un hermoso y absoluto final feliz.
Gracias mi Amado Señor Jesús.