¿Protegido o aislado? Por Juliana Miranda
¿Alguna vez ha escuchado hablar de Jericó? Permítame que le cuente un poco más: “Jericó” es el nombre de una de las ciudades fortificadas más reconocidas tanto en la historia de la humanidad, como en las Escrituras.
Su pueblo que, data del 8.000 A.C., estaba conformado por una comunidad inicial de unas 500 personas dedicadas en parte a la caza y a la agricultura, que con el tiempo fue creciendo, y con el fin de cuidar de su bienestar, construyeron una espectacular muralla para protegerse de los vándalos del momento y de las posibles inundaciones que el muy próximo río Jordán pudiera llegar a producir.
Elevada a unos 9 metros de altura, contaba con dos muros, uno exterior y otro interior que garantizara mayor protección a sus habitantes. Entre los dos muros había una distancia de unos 8 metros en la que se hicieron construcciones de viviendas y se estableció el comercio con otros pueblos.
Jericó era una ciudad famosa por estar muy “protegida” y considerarse inaccesible a quienes quisieran apropiarse de ella. Sus habitantes parecía que tenían bien controlado el nivel de acceso hasta el cual los demás podrían llegar.
Seguramente los habitantes de Jericó sabían lo que otros pueblos habían tenido que sufrir a manos de sus conquistadores y tomaron las precauciones necesarias para evitar tener que enfrentar algo similar.
Cuando pienso en Jericó resulta inevitable pensar en mi propia vida y en la de muchas personas que he conocido con el pasar de los años.
Fuimos levantando muros de protección porque enfrentamos situaciones difíciles, traumas infantiles que hicieron que la vida nos pareciera amenazante y tomamos precaución pues no sabíamos cuándo podría presentarse alguna “avalancha” buscando destruirnos, o alguien que intentara ir tan dentro nuestro como para lograr hacernos daño.
Se dice de Jericó que tuvo tres movimientos a lo largo de la historia para poder ubicar mejor sus defensas, quedando finalmente asentada en las partes más bajas del río Jordán, que le ofrecía su caudal sin resultar amenazante.
Jericó comerciaba e intercambiaba con otros pueblos, pero lo hacía en medio de sus dos muros y el muro interior fue diseñado para dar acceso apenas para los locales.
¿Ha considerado que también nosotros vivimos la vida cerca de lo que nos sea útil, corriendo el menor de los riesgos y limitando lo que las demás personas puedan saber o conocer acerca nuestro?
Buscamos como buscó Jericó nuestra zona de confort evitando correr riesgos o enfrentar batallas pensando que es la mejor manera de vivir.
La construcción de los muros de esta ciudad requirió un gran esfuerzo y unas 10.000 toneladas de materiales de construcción. Al cerrar sus puertas Jericó, se sentía libre de cualquier posible invasión.
Lo que los habitantes de Jericó consideraban una gran estrategia de protección en verdad era una demostración evidente de su gran temor. Josué capítulo 2 verso 9 cuenta que Rahab, la mujer que recibió a dos espías del pueblo de Israel en su casa que estaba construida en la parte alta en medio de los dos muros, lo dejó en claro diciendo:
—Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra, y por eso estamos aterrorizados; todos los habitantes del país están muertos de miedo ante ustedes.
Del mismo modo, nosotros al levantar murallas demostramos nuestro temor. Temor de que los demás descubran nuestra esencia, nuestra fragilidad, nuestras limitaciones, nuestra realidad.
Y es razonable que sintamos temor y decidamos levantar muros para blindarnos de lo que otros pudieran llegar a hacernos, pero esos mismos muros que nos protegen pueden constituirse en un arma de doble filo que nos hiera justo en nuestro interior.
Al interior de Jericó todos pensaron que podrían salvarse de la invasión gracias a los espectaculares muros, pero bastó el sonido de las trompetas y un grito de guerra a la orden de Dios para que sus muros fueran derribados.
El capítulo 6 del libro de Josué cuenta acerca de esta batalla que ganó el pueblo de Israel contra Jericó, apenas marchando a su alrededor por siete días, con siete sacerdotes tocando las trompetas.
Al séptimo día, todos los guerreros que marchaban gritaron con todas sus fuerzas y los cimientos de la muralla fueron removidos cayendo estrepitosamente.
Más tarde, en 1950 la arqueóloga británica Kathleen Kenyon excavó el yacimiento, atravesó numerosos estratos, apilados los unos sobre los otros, cada uno de ellos con los restos de aquella antigua ciudad como evidencia totalmente armónica con el relato de las Escrituras.
Los muros que un día fueron protección terminaron siendo su ruina.
Podemos construir muros, sencillos, dobles, altos, bajos, totalmente herméticos, con una ventana al exterior o como quiera que sea que nos sintamos protegidos, pero la gran realidad es que esos mismos muros nos mantendrán aislados de la verdadera oportunidad de relacionarnos y vivir plenamente.
La seguridad que necesitamos no puede provenir de un “blindaje” que puede ser atravesado y franqueado con facilidad, sino que debe estar basada en la confianza del cuidado amoroso de nuestro Creador.
No hay muros, lugares fortificados, seguros o escoltas que garanticen que nada malo pueda acontecer en nuestra vida. Es un sueño ilusorio creer que vamos a pasar por esta vida sin sufrir al menos un rasguño.
Sin embargo, siendo completamente honestos, vivimos menos dificultades de las que nos imaginamos cuando le abrimos las puertas de par en par a la preocupación, a la ansiedad, a la angustia o al temor.
Muchas de las cosas malas que pensamos van a sucedernos, ¡jamás ocurren! porque Dios protege nuestras vidas y seguramente nos ha guardado infinidad de veces de sufrir el daño.
La protección que es 100% segura proviene de abandonar el temor a vivir y poner toda nuestra confianza en que Dios tiene cuidado de nosotros.
El salmista hace una declaración que podemos abrazar con total certeza. En el capítulo 91 proclama: El que habita a la sombra del Altísimo, se acoge a la protección del Todopoderoso.
Yo le digo al SEÑOR: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza. Dios mío, confío en ti». Dios te salvará de los peligros escondidos y de las enfermedades peligrosas, pues te protegerá con sus alas y bajo ellas hallarás refugio.
Su fidelidad será tu escudo y tu muralla protectora. No te atemorizará el peligro de la noche, ni las flechas que se lanzan en el día; tampoco la plaga que anda en la oscuridad, ni el destructor que llega a plena luz del día.
Es la presencia de Dios en nuestras vidas lo único que nos da el valor suficiente para dejar de “escondernos” tras muros inservibles que nos aíslan de disfrutar todo lo que Dios ha creado para nosotros.
¿Que si habremos de sufrir alguna vez? Sí. ¿Que si alguien podrá hacernos daño? Sí. Pero nadie tendrá oportunidad de destruirnos nunca. Todo lo que vivamos será transformado en experiencia que nos ayude a estar más preparados para la siguiente batalla.
Vivir a plenitud es para valientes. Mateo capítulo 11 verso 12 declara las palabras de Jesús advirtiendo: Desde que Juan el Bautista comenzó a predicar hasta ahora, se ha combatido mucho contra el reino de los cielos, y los que son violentos luchan para acabar con él.
Pero sus batallas no han conseguido detener lo que Dios ha decidido hacer.
Mientras vivamos habrá luchas que enfrentar, pero si permitimos que el Señor derribe nuestros muros, sabremos que irá con nosotros, hombro a hombro peleando cada una de ellas y garantizando nuestra victoria.
Tal vez perdamos un poco aquí y otro poco allá, pero habremos ganado siempre, porque el temor dejará de ser nuestra compañía constante y la valentía será nuestra arma infalible.
¿Porqué habríamos de vivir aislados a causa del temor, cuando Jesús quiere que vivamos libres a causa del amor?
Es momento de pedirle al Señor que derribe toda muralla que hayamos levantado, que se lleve todo temor y que establezca en nuestro corazón la certeza de su cuidado amoroso.
OREMOS JUNTOS:
Señor y Dios de los Cielos y de la tierra, abrimos nuestros corazones delante de tí para suplicarte que vengas a nuestras vidas y nos hagas libres con tu verdad.
Nada ni nadie podrá separarnos de tí. No existe nadie que pueda superarte o que pueda tomar nuestras vidas para destruirlas si tú vas delante de nosotros.
Eres nuestro refugio seguro, nuestro abrigo, la calidez de nuestra alma en tiempos de frío y nuestra certeza en medio de la incertidumbre.
Recibe nuestro corazón cansado y abatido Señor y llénalo de tu paz. Toma toda preocupación de nuestra vida y conviértela en una oportunidad de ver tus maravillas.
Estamos agotados a causa del temor, necesitamos caminar tomados de tu mano, deseamos escuchar tu voz de aliento día tras día para fortalecer nuestra fe y animar nuestras manos caídas.
Queremos ser verdaderos guerreros, listos para la batalla, seguros de que tú eres quien nos gobierna, nos comanda, nos dirige y nos haces diestros para conseguir la victoria.
No hay enemigo que pueda intimidarnos ni limitación que pueda detenernos porque en tí somos más que vencedores.
Vamos a vivir el tiempo que nos queda sobre la tierra agradeciendo tus bendiciones y disfrutando de todo lo que hiciste para nosotros. Nuestro paso por la tierra dejará historias que contar acerca de tu amor, de tu grandeza y de tu poder.
Somos tus hijos y el mayor de nuestros tesoros es poder vivir bajo tu abrigo, confiados y seguros de que eres un Padre inigualable.
Te adoramos Señor, bendecimos tu nombre, te agradecemos por haber tocado nuestros corazones en este día. En Cristo Jesús, nuestra mayor muestra de valentía.
Amén y amén.