Reconocer el daño

Reconocer el daño

Primera parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”

Bienvenidos al primer capítulo de la serie “Es posible reparar un corazón en ruinas”.  Empezaremos por reconocer el daño.

A través de sencillos mensajes iremos descubriendo la manera en que es posible tener un corazón sano, una mente preparada para protegerlo y vivir una vida plena, pese a las naturales adversidades que la vida nos presenta.

Antes de poder iniciar cualquier reparación es absolutamente necesario admitir que hay un daño evidente que precisa ser atendido, y el daño del corazón, no es la excepción.

Para empezar quisiera que se respondiera a sí mismo: ¿Ha sufrido al menos una ruptura, una traición o una pérdida; ha enfrentado por lo menos una batalla de la que no salió bien librado o ha tenido que asumir, por una ocasión siquiera, las consecuencias de una mala decisión?

Coincidirá conmigo en que, todos hemos tenido que atravesar episodios dolorosos sin importar qué tan jóvenes seamos o qué tan buenas sean las condiciones que nos rodean.

Cada uno de nosotros tiene sus propias historias de guerra para contar, pero también cada uno tiene sus propias heridas.  Algunas quizás hayan sanado, pero otras, posiblemente sigan supurando y entorpeciendo nuestro avance a diario.

El primer paso para reparar lo que está averiado consiste precisamente en aceptar que el daño existe y el segundo, en hacer un reconocimiento consciente de la gravedad que reviste.

Para adentrarnos en la manera que facilita atravesar el proceso adecuado para reparar un corazón en ruinas, tomaremos como guía la enseñanza que nos ofrece la Biblia en el libro de Nehemías, acerca de la restauración de las doce puertas de Jerusalén que fueron derribadas, quemadas y dejadas en ruinas después de haber perdido la batalla contra Babilonia y haber sido esclavizados por esa nación.

Veremos paso a paso, cómo esta enseñanza está directamente relacionada con los aspectos de nuestra vida que requieren ser restaurados para que también nuestro corazón pueda recibir una sanidad integral.

Pero empecemos repasando algunos detalles que resultan relevantes para comprender con mayor claridad esta reveladora historia:

El rey Salomón construyó el primer templo para Dios.  Amplió y mejoró los muros que protegían la ciudad de Jerusalén y construyó en ellos, doce puertas que, luego de aproximadamente 400 años fueron derribadas y quemadas junto con los muros en una invasión enemiga.  

Las continuas malas decisiones de los israelitas habían traído consecuencias graves y el imperio de Babilonia les ganó la batalla y se llevó cautivos a quienes consideraron les pudieran ser útiles.

Con el pasar del tiempo, en ese cautiverio que duraría setenta años, los israelitas fueron ganando posiciones en el reino de Babilonia, gracias a su dedicación y honestidad; y Nehemías fue uno de ellos.

Para el tiempo en que Nehemías vivió, la traición era común y las muertes por envenenamiento de los monarcas, también.  La tarea de Nehemías, conocida como “copero”, consistía en probar todos los alimentos y bebidas que iba a consumir el rey, para cerciorarse de que no contuviera veneno.

Nehemías se había ganado el aprecio del rey porque había demostrado ser un hombre totalmente confiable. 

Al punto que, Nehemías nos cuenta que su rey le tenía aprecio y consideración, por eso al ver que su semblante había cambiado, mostró interés en ayudarlo a resolver aquello que perturbaba su corazón.

Aún más que aquel rey, Dios está atento a nuestras vidas a un nivel tan profundo, que cada situación que perturba nuestro ánimo resulta importante para Él.

Dios pone a nuestro alcance todos los recursos necesarios para poder resolver aquello que nos inquieta, como veremos más adelante que lo hizo el rey Artajerjes para que su copero y más que eso, su amigo, pudiera resolverlo.

Pero volvamos a la historia que nos ocupa:  Nehemías capítulo 1 a partir del verso primero nos abre el panorama diciendo: 

En diciembre del año veinte del reinado de Artajerjes de Persia, cuando yo servía en el palacio de Susa, uno de mis compatriotas, un judío llamado Jananí, vino a visitarme con algunos hombres que habían llegado de Judá. Aproveché la oportunidad para preguntarles:

―¿Cómo está la ciudad de Jerusalén y cómo están los judíos que escaparon de ir cautivos a Babilonia?

―Pues te diremos que las cosas no andan muy bien —contestaron—. Los que regresaron del destierro sufren grandes males y humillaciones. Los muros de Jerusalén aún están medio derribados y las puertas están quemadas.

Cuando oí esto me senté y lloré. 

Detengámonos por un momento en este relato para notar que pese a que Nehemías vivía en la comodidad de un palacio, no se había olvidado de los suyos, de los que pasaban dificultades a causa de la pobreza y la ruina que los rodeaba, del mismo modo que Dios no se olvida de nosotros, ni está demasiado ocupado en sus asuntos como para distraerse de nuestra necesidad.

Nehemías se sienta y llora… Está dejando de lado todo para aceptar que hay un daño que necesita repararse… Todavía desconoce la magnitud, pero se apropia del dolor de sus compatriotas, no lo minimiza, lo sufre con ellos y decide que es necesario hacer algo al respecto.

Los eruditos dicen que el libro de Nehemías nos da una idea más concreta acerca de la tarea que el Espíritu Santo hace en los corazones que se disponen a recibir la tan necesitada restauración.

Así que Nehemías se detiene y se toma el tiempo necesario para permitir que sus emociones fluyan y sean expresadas a través de las lágrimas.

Uno de los síntomas de un corazón en ruinas es que se ha hecho duro y no se permite llorar; pero es importante dejar que afloren los sentimientos para poder identificarlos y trabajar sobre ellos.

¿Estamos frustrados, tristes, decepcionados, resentidos, deseosos de venganza?  

Nehemías podía haber albergado en su corazón cualquiera de éstos sentimientos sabiendo que trabajaba justo para el imperio que había perpetrado el daño que le hacía llorar.

Pero lejos de eso, Nehemías entendía que Babilonia solo vino para servir de instrumento que les hiciera entender la necedad de sus decisiones.  

Podemos enojarnos con el abogado que ejecuta nuestra hipoteca, pero debemos saber, que fue nuestra mala administración lo que hizo que perdiéramos la tenencia de nuestro bien.

Podemos odiar a quien sedujo a nuestros hijos para hacer lo malo, pero necesitamos aceptar que dejamos grandes vacíos en su crianza y en sus corazones que fueron llenando con lo primero que encontraron.

Así podríamos enlistar muchas cosas más, sin embargo, recordemos que Nehemías tuvo éxito porque decidió hacer algo al respecto y paso a paso fue consiguiendo el resultado que anhelaba.

Continuemos con su relato, en el verso cuatro: Durante varios días ayuné y oré así al Dios del cielo:

«Señor, Dios del cielo, Dios grande y temible, que cumples las promesas y que amas y tienes misericordia de los que te aman y te obedecen, escucha mi oración. 

Escucha lo que yo te digo. Mírame y ve que noche y día oro por el pueblo de Israel. Confieso que hemos pecado contra ti. Yo mismo y mi pueblo hemos pecado. No hemos obedecido los mandamientos, estatutos y preceptos que nos entregaste por medio de tu siervo Moisés.

Nehemías está convencido de que el resultado que ha obtenido su pueblo provino de sus malas decisiones y de su necedad, así como también está seguro que la respuesta a su problema inicia en buscar la ayuda incomparable de Dios.

Posiblemente aceptar la responsabilidad que nos corresponde en los malos resultados, sea algo que ninguno de nosotros quisiera hacer, pero negarnos a hacerlo, culpar a los demás, a la vida, a las circunstancias o a Dios nos va a impedir avanzar en el camino de la madurez y la sanidad de nuestro corazón.

Es necesario reconocer que nuestra participación o nuestra omisión nos ha traído hasta aquí, así como es imprescindible entender que necesitamos la ayuda de Dios para resolver el dolor que atrajimos a nuestras vidas por tomar decisiones en las que no contamos con Él.

Pero vayamos más adelante en la declaración reveladora de Nehemías, en medio de su sincera oración.  

Le dice al Señor: »Recuerda que le dijiste a Moisés: “Si ustedes pecan, los esparciré entre las naciones. Pero si se vuelven a mí y obedecen mis leyes, y las ponen en práctica, aun de los rincones más lejanos del universo, a donde hayan sido llevados, los haré regresar a Jerusalén. Porque Jerusalén es el lugar que he escogido como mi lugar de residencia”.

»Nosotros somos tus siervos, somos el pueblo que rescataste con tu gran poder. 

Señor, escucha mi oración. Escucha la oración de quienes se deleitan en darte gloria y honra. Te ruego que me permitas tener éxito cuando me presente ante el rey con mi petición. Haz que el rey me atienda y me trate bien».

¡Qué linda oración la de Nehemías! Primero reconoce que Dios es fiel y que ha cumplido su parte, pero también admite que las consecuencias que los han alcanzado provinieron del comportamiento de ellos… ¡Fue su responsabilidad!

Dios cumple sus promesas, siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Dios está dispuesto a transitar con nosotros el camino de vuelta por el que nos desviamos y a darnos las herramientas necesarias para lograr reparar lo que se ha dañado.

Sea el amor propio, la armonía de nuestras relaciones conyugales, familiares, personales, sea nuestra confianza en un futuro mejor o más que eso, nuestra comunión con Él, sea que todo sea tan complicado y parezca tan imposible que nos abrume y solo podamos llorar, debemos tener la convicción de que Dios es fiel a su promesa de ayudarnos.

Hay un daño, sí, vamos a repararlo con la ayuda de Dios, por supuesto que sí.

Nehemías supo que era Dios el único que podía abrir las puertas necesarias para avanzar en el proceso de reparación, por eso su primera acción es buscar la ayuda de Aquel que tiene el poder suficiente para hacer realidad lo imposible.

En nuestro siguiente episodio, veremos el segundo paso para reparar un corazón en ruinas y cómo empezar a aplicarlo a nuestras vidas.

Nehemías concluye el primer capítulo diciendo: Yo era entonces copero del rey.  Lo cual nos revela que entiende que la respuesta viene de Dios, pero valora la posición en la que se encuentra para iniciar desde allí toda su valiente hazaña restauradora.

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