El tiempo oportuno por Juliana Miranda.
El rey Salomón, el hombre más sabio que pisó la tierra, escribió en el capítulo 3 del libro de Eclesiastés una declaración que resume las temporadas de la vida del ser humano.
Dijo el rey, después de una observación concienzuda de la vida:
Hay un tiempo “oportuno”, declaró el monarca. Y nosotros podríamos pensar, ¿acaso es oportuno que venga a mi vida un tiempo que traiga algo que yo no quisiera vivir?
Pues permítame decirle que al incluir la palabra “oportuno”, nos deja en claro que sí, es necesario que también vengan a nuestra vida aquellas temporadas de dificultad que a nadie le gustan, pero que todos requerimos.
Pero miremos la lista que escribió Salomón en detalle. Él dijo hay:
Tiempo de nacer; Tiempo de morir;
Tiempo de plantar; Tiempo de cosechar;
Tiempo de matar; Tiempo de sanar;
Tiempo de destruir; Tiempo de reedificar;
Tiempo de llorar; Tiempo de reír;
Tiempo de tener duelo; Tiempo de danzar;
Tiempo de esparcir piedras; Tiempo de recoger piedras;
Tiempo de abrazar; Tiempo de no abrazar;
Tiempo de encontrar; Tiempo de perder;
Tiempo de ahorrar; Tiempo de derrochar;
Tiempo de romper; Tiempo de reparar;
Tiempo de callar; Tiempo de hablar;
Tiempo de amar; Tiempo de odiar;
Tiempo de guerra; Tiempo de paz.
Y podríamos decir que el tiempo de nacer es una fiesta, pero el tiempo de morir es un lamento, porque lo vemos desde la perspectiva nuestra: ¡Cuánto nos afecta la muerte de un ser querido! Pensamos en la ausencia que nos abate, en el vacío que deja en el lugar que ocupaba en este plano, antes que pensar que la muerte es un cambio de estado en el que dice la segunda carta a los Corintios capítulo 5 verso 8: Sí, estamos plenamente confiados, y preferiríamos estar fuera de este cuerpo terrenal porque entonces estaríamos en el hogar celestial con el Señor.
¿Podría haber algo mejor que vivir con Dios en un reino en el que nada de lo que nos perjudica aquí, podrá hacerlo allá? Coincidirá conmigo que no.
El tiempo de plantar es un tiempo de trabajo en el que el sol agota, la jornada cansa, los resultados no se ven a primera vista, pero no por eso, dejan de estarse gestando.
Luego de que se cumple el tiempo de plantar, vendrá el de cosechar. Y las manos estarán llenas del fruto que produjo la pequeña semilla.
Hay tiempo de matar, y claro, podríamos pensar de nuevo en lo negativo de ese tiempo. Pero quien no está decidido a matar el orgullo, no conocerá jamás la humildad.
Hay actitudes en nuestro corazón que necesitan morir porque no pueden convivir con las opuestas. La tacañería no dejará surgir la generosidad. El odio mantendrá silenciado el amor y la indiferencia destruirá la empatía por completo. Entonces, sí que es “oportuno” el tiempo de matar.
Cuando ese tiempo de matar ha concluido es que recién podrá hacer su aparición el tiempo de sanar. Ninguna herida que se deja supurando puede ser curada.
Cualquiera de nosotros lo sabe, que al dejar residuos de descomposición en la herida, no va a hacer cicatriz. Por el contrario, irá aumentando en tamaño y gravedad.
Hay tiempo para destruir. Y ese destruir es echar por tierra lo que hemos edificado y es frágil o está mal construido.
Somos la suma de lo que fuimos tomando de una persona y otra, así como de nuestra cultura y entorno. ¡Pero eso no implica que sea lo ideal!
Cuando vamos creciendo notamos patrones de conducta repetitivos por generaciones, que han cumplido su tarea destructora y hay que destruirlos para poder avanzar al tiempo de reedificar.
Apenas cuando empezamos a aprender y a madurar, encontramos que hemos vivido nuestras vidas repitiendo conductas nocivas que nos alejan de todo lo bueno que queremos obtener.
Tratar de imponerse, de sacar ventaja en todo, de mentir, de reservarse el afecto para no parecer débil, de callarse cuando hay que hablar y de gritar cuando deberíamos escuchar o permanecer en silencio, no construye relaciones sanas.
Hay que echar abajo esos cimientos y reedificar sobre bases sólidas y estables lo que será para nuestro apoyo y beneficio.
Hay tiempo de llorar de modo que podamos reconocer que hay fragilidad en nosotros y más que eso, sensibilidad. Llorar para liberar la presión de un corazón angustiado, triste y ¿Por qué no?… Alegre.
El tiempo de llorar nos lava las mejillas pero nos limpia el alma. No es en manera alguna, símbolo de debilidad. Quien llora deja en claro que admite su humanidad.
Pasado ese tiempo, viene el tiempo de reír y qué grato es ese tiempo. Mi padre me enseñó que es bien importante aprender a reírnos de nuestras propias torpezas, para que la rigidez de la autocrítica no nos destruya.
Reír para verle el buen lado a la vida, que, ¡vaya sí lo tiene!
Tiempo de tener duelo, porque el dolor está y aceptarlo es el primer paso para procesarlo. Los duelos nos enseñan a abrir las manos que están aferradas. Duelen, claro, en ocasiones tanto, que pareciera que nuestra atención no puede enfocarse en nada más que en la ruptura que nos causó esa pérdida.
Entonces, cuando hemos abierto las manos y las alas, estamos listos para el “oportuno” tiempo de danzar. La danza es libertad y expresión completa del ser. Es ser uno con la melodía y permitirle al cuerpo expresarlo todo a boca cerrada.
Tiempo de esparcir piedras y tiempo de recoger piedras. Esparcimos piedras que vamos lanzando sobre otros para manifestar nuestro desacuerdo con sus actuaciones y es así que descubrimos que en cada piedra vamos lanzando parte de aquello de lo que estamos construidos. Que rechazamos en otros lo que internamente nos agobia y nos cuesta aceptarlo.
Y viene el tiempo de recoger las piedras cuando la empatía nos invade y nos hacemos conscientes de nuestros propios errores y faltantes. Y cuando las piedras han sido recolectadas, podemos levantar un altar con ellas para Dios, reconociendo que es gracias a Él que aprendemos a vivir con nuestras debilidades que son fortalecidas en Su amoroso poder.
Tiempo de abrazar y tiempo de no abrazar; porque así como necesitamos el calor y el afecto del otro, también precisamos distancia para apreciar el estar solos y ser buena compañía de nosotros mismos.
Tiempo de encontrar y tiempo de perder. De encontrar lo bueno en todo lo que vivimos y atesoramos y de perder lo que nunca nos perteneció y por lo tanto, es mejor dejarlo ir. Sean amistades, asociaciones, posesiones o lo que sea que represente un impedimento en nuestro crecimiento.
Tiempo de ahorrar y tiempo de derrochar; porque vamos haciéndonos buenos administradores de los recursos cuando ahorramos eficazmente y podemos abrir las manos con generosidad para derrochar lo que hemos recibido del cielo en abundancia.
Derrochemos buenos momentos, palabras, sonrisas, bondad, abrazos y amor, que bastante falta hace y muy escaso se ha vuelto.
Tiempo de romper y tiempo de reparar; pues es absolutamente necesario romper todos los esquemas que nos encierran y nos limitan y reparar todos los vínculos que rompimos por pensar y actuar de manera errada.
Tiempo de callar y tiempo de hablar; porque hay momentos en que los actos deben superar las palabras y otros en que es necesario hacernos oír.
Tiempo de amar y tiempo de odiar; porque es preciso amarnos para transformarnos y poder amar a otros, y después de haber aprendido a amar, podremos odiar todo lo que es opuesto a ese amor creador, de modo que no vuelva a tener cabida en el corazón.
Y finalmente, tiempo de guerra y tiempo de paz. De guerra porque estamos listos para la batalla, para librar las luchas que la vida nos presenta y salir victoriosos, con el botín en la mano y en el corazón la satisfacción de tener una paz que no puede ser arrebatada porque no depende de las circunstancias externas, sino del poder que nos ha transformado y nos ha hecho personas íntegras, completas, listas y preparadas, para atravesar las “oportunas” temporadas de la vida.