Tenemos temor a la soledad, a lo desconocido, a lo nuevo, al cambio, al fracaso, a la ausencia y al olvido.
Razones por las cuales una relación que nos proporcione una medida así sea pequeña de seguridad nos tranquiliza. Es como un pequeño escampadero en medio de la lluvia recia.
Según sean nuestras falencias de un sano modelo paternal, asimismo desarrollamos apegos a todo aquello que nos brinde un respiro de supervivencia emocional.
Pero en ese peligroso ejercicio normalmente quedamos anclados, nos volvemos asustadizos y lejos de aumentar nuestra estima y transformarnos en seres capaces y confiados, terminamos envueltos en comportamientos enfermizos y egoístas.
El apego nos acostumbra a un lugar, a un estado, a una persona, es una conducta que nos conforma y nos detiene. Por lo cual se convierte en un antónimo doloroso de la libertad.
Para salir de este modelo infantil y temeroso se necesita ejercitar día a día la confianza, primeramente en el Creador y posteriormente en cada uno de nosotros.
El apego nos mantiene ocupadas las dos manos tratando de retener una tabla flotante en un mar agitado, mientras nos impide hacer una señal al buque rescatista que pasa frente a nosotros.
Y es que librarnos de una condición aprendida desde infantes no es una tarea sencilla, pero tampoco imposible.
Es necesario soltar gradual y constantemente.
Al iniciar una relación, normalmente, la motivación, los gestos, las palabras y las actitudes están llenas de cordialidad y afecto pero cuando termina una relación es natural que el comportamiento de la otra persona sea diferente y debemos lidiar con ello.
No se compran maletas Vélez para regresarle a tu ex pareja sus pertenencias dejadas en tu casa, tal vez te las regresen en cajas recicladas y no por ello debemos condenar a la otra persona, es que simplemente ahora el vínculo se ha roto y aquello que comunicaba amor entre ambos ya no lo hace.
El desapego es una conducta basada en la madurez propia, que supera los errores ajenos, porque comprendemos que la paz interior es un bien inalienable, y no hay que andar cediéndole el derecho a nadie de tomarlo.
Desapegarse es crecer, madurar, mirar desde fuera de las emociones, es entender que tenemos derecho al dolor momentáneo de la ausencia, pero también el deber de levantarnos.