Novena parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”
Aprender a vivir con lo esencial
Bienvenidos al noveno mensaje de la serie: “Es posible reparar un corazón en ruinas”
Descartando lo que ya no sirve
En esta oportunidad hablaremos de dos conductas que precisamos practicar a diario para garantizar una buena vida: Descartar a tiempo lo inservible y aprender a vivir con lo esencial.
Pero, ¿podríamos vivir con lo esencial?
Es la pregunta que surgió de inmediato en mi cabeza, considerando que somos una sociedad que se mide justamente por lo que logramos adquirir. Y la respuesta fue un rotundo: ¡sí!
Antes de proseguir, y siguiendo el hilo de nuestra serie acerca de cómo reparar un corazón en ruinas, quiero ponerle contexto leyendo lo que nos platica Nehemías acerca de la quinta puerta que fue reparada y que está directamente relacionada con el tema de este episodio.
En el verso 14 del capítulo 3 nos dice Nehemías que: Malquías hijo de Recab, que era gobernador del distrito de Bet-haquérem, reconstruyó la entrada del Basurero. Le colocó los portones con sus cerrojos y barras.
La puerta del Basurero
Esta puerta, también llamada la puerta del Estiércol o del Muladar, era la puerta que usaban para echar de la ciudad todo animal muerto, la basura y el estiércol.
A ella se acercaban los habitantes de Jerusalén para arrojar fuera el estiércol de los camellos, de los burros y de los demás animales, que se iba recolectando; los animales muertos, así como la basura que se generaba por el ejercicio natural del día.
Es vital entender que, una ciudad que no descarta su basura, pone de inmediato en un riesgo inminente la salud de sus habitantes. De igual manera, si nosotros no aprendemos a desechar todo lo que nos contamina y aprendemos a valorar la importancia de cuidar lo esencial, estaremos en riesgo continuo.
Al contrastar la función que cumplía la puerta del Basurero con nuestra vida, salta a la vista la necesidad que tenemos de sacar todo aquello que no sirve, que nos contamina, que nos hace daño, y que por ende, desagrada a Dios.
Empecemos por enlistar algunas cosas que debemos desechar porque analizándolas de cerca, son verdadera basura que contamina nuestro actuar.
Una mirada al interior
Empecemos por la más común: El diálogo interno destructivo que mantenemos respecto a nosotros mismos. “No voy a lograrlo” “Ya estoy muy grande para esto” “Las cosas buenas le suceden a otras personas” “Yo no tengo tanta inteligencia, paciencia o perseverancia para lograrlo”.
Solemos tratarnos con poca consideración, con altas dosis de exigencia; y algunos, hasta llegan a soportar el sufrimiento por años para castigarse por un error que cometieron porque se les hace más complicado perdonarse a sí mismos y avanzar.
El rencor, contra nosotros mismos o contra alguien más, debe desecharse para evitar que raíces de amargura crezcan y ahoguen todo intento por surgir; y el perdón es un elemento esencial que lo reemplaza y nos brinda una vida plena y en paz.
Somos más grandes que el dolor
Necesitamos desechar también, la caja de los recuerdos que conserva los malos tratos que recibimos de niños y que solemos conservar con total cuidado como si fuera un extraño tesoro que exhibe la crueldad y demuestra que también hemos sido inocentes víctimas.
Sé que va a sonar fuerte, pero todos hemos sido “inocentes víctimas” en algún punto de nuestra vida, bien sea ante nuestros padres, ante algún rufián de la escuela, ante un hermano o hermana más grande o ante quien quiera que sea; pero no podemos anclar nuestro futuro al dolor de ese episodio, por sencillo o complejo que haya sido, porque estaremos sumidos en el dolor toda la vida.
Es posible ser más grande que el dolor y soltarlo para ser libre de sus efectos contaminantes.
Abramos la puerta del basurero y arrojemos ese dolor para siempre. Saquémoslo incluso de las páginas de nuestra historia y reemplacémoslo por la esencial empatía.
¡Sin empatía todas las personas con quienes nos relacionamos las veremos como rufianes!
El resentimiento venda los ojos y nos hace reactivos ante el mínimo estímulo, pero la empatía nos abre los ojos y nos muestra el dolor del otro.
Juliana Miranda
Otro de los desechos peligrosos que necesitamos descartar es el orgullo.
Y vuelvo a repetirlo, el orgullo es tan destructivo como una bomba, pero tan silencioso como un viento suave.
Hay quienes por orgullo han perdido todo lo valioso que algún día tuvieron en sus manos. ¡Se han perdido hasta ellos mismos!
La humildad es esencial, en el relacionamiento con Dios primeramente y con los demás.
Una persona humilde siempre tiene los oídos de Dios atentos a sus oraciones y las manos de Dios abiertas y dispuestas a bendecirlos.
Desechar lo que nos contamina y aprender a vivir con lo esencial… No es sencillo pero podemos lograrlo.
Si notamos nuestra lista o incluso si nos detenemos por un momento a pensar, la basura que necesitamos descartar provino del ejercicio del diario vivir.
A diario preparamos alimentos y sus desechos, aunque muchos y molestos, pueden ser procesados y convertirse en el abono que ayude a nuevos alimentos a fructificar.
A diario enfrentamos situaciones que nos dejan basura propia o ajena, que podemos procesar correctamente y capitalizar como ese abono llamado “experiencia” que nos permita crecer y progresar.
Pero si dejamos la basura bien sea en nuestra cocina o en nuestra alma, tendremos contaminación, malos olores y enfermedades en poco tiempo.
¿Alguien le trato mal hoy y le arrojó la basura de su enojo en el tráfico?
Respire profundo y recuerde que puede vivir con lo esencial, y esencial es la empatía, así que bien puede entender que la vida de quien le gritó seguramente está en caos y es su forma de hacérselo saber.
¡No le entregue su paz, más bien pídale a Dios que esa persona pueda salir de su dolor y conserve la sonrisa con la que se despertó en la mañana!.
Su otra opción es la que ya conoce… Ambos gritan para intentar demostrar quién es superior al otro y ambos regresan a su vida llenos de enojo y amargados, para terminar volcando su frustración sobre quienes no tenían nada que ver en el asunto.
La función correcta de la puerta del Basurero hará que la basura permanezca fuera y que el interior esté limpio, higiénico y sano.
Fíjese que esta puerta es reparada por una familia descendiente de los Recabitas y las Escrituras los mencionan como personas de una firmeza en sus decisiones, que era digna de reconocer y aplaudir.
Dios mismo puso su mirada en ellos para usarlos como ejemplo de obediencia y rectitud. El libro de Jeremías en el capítulo 35 a partir del verso 12 nos lo relata diciendo:
Entonces el Señor le dio a Jeremías el siguiente mensaje: «Esto dice el Señor de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel: ve y dile al pueblo de Judá y de Jerusalén: “Vengan y aprendan una lección de cómo obedecerme.
Los recabitas no beben vino hasta el día de hoy porque su antepasado Jonadab les dijo que no; pero yo les hablé a ustedes una y otra vez y se negaron a obedecerme.
Leyendo todo el capítulo notarán que los descendientes de Recab siguieron las instrucciones de su antepasado al pie de la letra.
No sólo no bebían vino, sino que tampoco se apropiaban de la tierra o de los cultivos, sino que entendían que su paso por la tierra era un peregrinar que debe vivirse sin apegos, en paz y siendo bendición en cada lugar a dónde iban.
Se necesita la firmeza de los recabitas para aceptar el reto de mantener funcional la puerta del Basurero y aprender a vivir con lo esencial, obedeciendo a Dios.
Entonces esa vida que anhelamos llena de paz y bendición se hará realidad.
Alguna vez escuché a alguien decir que vivir con lo esencial era tener apenas un par de ropas para vestir y tener total austeridad en los gastos, pero eso esencial de lo que estamos hablando y con lo que debemos aprender a vivir, es con lo que construye nuestra esencia.
En esencia, somos imagen y semejanza de Dios y lo que es esencial, es que nuestros pensamientos, palabras y actos manifiesten: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio, porque esa es la esencia de la que fuimos creados.
¡El tiempo de desechar es ahora!