Décima parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”
Con los ojos abiertos
Bienvenidos al décimo mensaje de la serie: “Es posible reparar un corazón en ruinas”
Si ha llegado conmigo hasta este capítulo, sin duda alguna, merece un aplauso como reconocimiento a su deseo por restaurar su corazón.
No todos tienen la valentía que se requiere para hacer realidad este proceso. ¡Bravo!
Ahora permítame anunciar el tema que trata este décimo capítulo: ¿Cómo vivir con los ojos abiertos?.
Si, ya sé, está pensando que obviamente ha vivido toda su vida con sus ojos físicos abiertos, pero a decir verdad, si el Espíritu Santo no hace parte fundamental de nuestras vidas, viviremos con los ojos del entendimiento bien cerrados.
Ahora bien, volvamos al curso de nuestra serie para poder aprender cómo abrir nuestra visión.
¿Recuerda que Nehemías y su labor restauradora se han convertido en nuestro guía y ejemplo en este proceso de reparación?
Pues bueno, vamos a la puerta que nos corresponde en este episodio y que es mencionada en el capítulo 3 verso 15:
Salum hijo de Colhozé, que era gobernador del distrito de Mizpa, reparó la entrada de la Fuente.
La cubrió con un techo y colocó los portones con sus cerrojos y sus barras. También arregló el muro desde el estanque de Siloé, que está junto al jardín del rey, hasta las escaleras que bajan de la parte más antigua de la ciudad de Jerusalén.
La llamada “Puerta de la Fuente” daba acceso al estanque de Siloé, de allí deriva su nombre.
Este estanque recibía el agua a través de un conducto bajo tierra, cortado entre las rocas, proveniente de una fuente subterránea muy profunda, que había sido construida desde los días del rey Ezequías.
Note cómo Dios va entrelazando todo para que no haya lugar a dudas en aquello que nos quiere comunicar:
Es de entre las rocas que brotaba el agua que era usada para purificar a los sacerdotes en los rituales, del mismo modo que es de Cristo, quien es la Roca inconmovible de los siglos, que brota el agua que nos limpia de todo pecado y de toda maldad.
Esa puerta de la Fuente, nos habla de dos áreas de nuestra vida: limpieza y visión, pues solo quien tiene limpios sus ojos logra ver con claridad.
Aguas que limpian la maldad
En los tiempos de Noé, la humanidad vivía en completa oscuridad. El pecado y la maldad habían saturado la tierra y nos dice Génesis capítulo 6 versos 5 y 6 que:
El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo.
Entonces el Señor lamentó haber creado al ser humano y haberlo puesto sobre la tierra. Se le partió el corazón.
La única forma de limpiar la tierra era a través del diluvio, por lo que leemos en el capítulo 7 versos 11 y 12:
Eso ocurrió el día diecisiete del mes segundo, es decir, cuando Noé cumplió sus seiscientos años de vida.
Ese día se reventaron todas las fuentes del mar que están debajo de la tierra, y se abrieron las compuertas del cielo dejando caer una lluvia torrencial.
Brotó agua de las fuentes de arriba y de abajo que limpiaron la tierra de tanta maldad, dejando apenas al justo Noé, sus tres hijos y la esposa de cada uno de ellos.
Cuando hayamos sido limpiados de nuestro pecado y maldad, como fue limpia la tierra, se abrirá paso todo lo nuevo que Dios quiere establecer en nuestra vida.
Fuentes de vida
Nuestra boca será una fuente de la que emanen palabras que reflejen la naturaleza de Cristo evidenciando así nuestra transformación, como lo declara Proverbios 10 verso 11: Las palabras del justo son fuente de vida, pero la boca del perverso sólo oculta violencia.
¿Pero, cómo identificar si somos una fuente de vida? Santiago en el capítulo 3 nos da la clave al declarar: De una misma fuente no brota agua dulce y agua salada.
Esa advertencia hecha a los antiguos creyentes quienes no controlaban su lengua al referirse a los otros, aplica también a nosotros.
Santiago insiste diciendo: Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y también con ella maldecimos a las personas que han sido creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendiciones y maldiciones.
Hermanos míos, esto no debe ser así. Hermanos míos, no puede dar aceitunas una higuera ni higos una vid. Tampoco puede una fuente dar agua salada y agua dulce.
¡Cuánta razón tenía el apóstol!
Hace poco escuché una corta historia que ilustra perfectamente esta realidad: Una persona caminaba con una taza de café en su mano y de repente, chocó con otra haciendo que el café saltara y se derramara por todas partes.
¿Por qué se derramó el café? Es la pregunta. Y la respuesta es simple: ¡Porque estaba dentro de la taza!
Esa advertencia hecha a los antiguos creyentes quienes no controlaban su lengua al referirse a los otros, aplica también a nosotros.
Santiago insiste diciendo: Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y también con ella maldecimos a las personas que han sido creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendiciones y maldiciones.
Hermanos míos, esto no debe ser así. Hermanos míos, no puede dar aceitunas una higuera ni higos una vid. Tampoco puede una fuente dar agua salada y agua dulce.
¡Cuánta razón tenía el apóstol!
Hace poco escuché una corta historia que ilustra perfectamente esta realidad: Una persona caminaba con una taza de café en su mano y de repente, chocó con otra haciendo que el café saltara y se derramara por todas partes.
¿Por qué se derramó el café? Es la pregunta. Y la respuesta es simple: ¡Porque estaba dentro de la taza!
Cada vez que chocamos con alguien, se derrama justo lo que hay dentro nuestro y era eso a lo que se refería Santiago al decir que una fuente no puede dar agua dulce y salada al mismo tiempo.
Por otra parte, la palabra “Fuente” en hebreo es “Ayin”, que literalmente significa: ojo. En relación con el agua, se refiere a un manantial, lo que en español sería: “ojo de agua”, ya que un manantial es una fuente continua de agua.
Aguas que sanan
La razón por la cual hago mención de todo ello, es porque precisamente Jesús, al momento de sanar a un ciego, puso lodo sobre sus ojos y lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, de modo que pudiera recuperar la visión.
Pero permitamos a las Escrituras sumergirnos en esta preciosa historia que quedó consignada por el evangelio según Juan, capítulo 9:
Cuando pasaba, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: ―Maestro, ¿este hombre nació ciego por culpa de su pecado o por el pecado de sus padres?
Jesús les respondió: ―Ni por el pecado de él ni por el pecado de sus padres, sino para que todos vean lo que Dios hace en la vida de él.
Al acabar de decir esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo untó al ciego en los ojos y le dijo: ―Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado).
El ciego fue y se lavó, y al regresar ya veía.
Ceguera espiritual
Todos estamos representados en este hombre ciego de nacimiento.
Todos hemos nacido con la ceguera espiritual que nos mantiene de tropiezo en tropiezo hasta que Jesús, que es el Enviado, entra en nuestro corazón y nos da claridad para ver y entender lo que estaba vedado a nuestro entendimiento.
Probablemente usted, al igual que yo, en algún momento de su vida, ha sentido esa incertidumbre que nace de no entender por qué suceden ciertas situaciones en su vida y por más que se esfuerza no logra comprenderlo.
¿Por qué termina haciendo justamente lo que prometió no volver a hacer? o ¿por qué deja una relación nociva y se involucra en otra igual o más dañina que la anterior? ¿Por qué se rinde con facilidad ante la adversidad o por qué se resiste a perdonar?.
Y la respuesta en todos los casos es la misma: “Porque está ciego y necesita ser limpiado para que pueda ver claramente”.
De las tinieblas a la luz
Restaurar la puerta de la Fuente en nuestras vidas, equivale a permitir que la obra de Dios, a través de su Espíritu Santo nos limpie de toda maldad y de ese modo, nuestra visión sea aclarada para que seamos trasladados del reino de las tinieblas al de la Luz Admirable que es Cristo.
Con los ojos abiertos podemos ver con compasión a quienes obran mal, con los ojos abiertos podemos ver hacia dónde nos encaminan nuestros pasos.
Con los ojos abiertos podemos entender los grandiosos planes que Dios tiene para nuestras vidas, el futuro de bienestar que nos entrega y la eternidad gloriosa que disfrutaremos a su lado.
Con los ojos abiertos capitalizamos la experiencia contenida en la prueba e identificamos las artimañas del mal que intentan derrotarnos.
Pero lo primordial de todo, es que con los ojos abiertos podemos descubrir el inmenso amor con el que Dios nos ha amado, que ha venido en nuestro rescate y nos ha limpiado de toda inmundicia.