Sumergido

Sumergido

Undécima parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”

Sumergido

Bienvenidos al undécimo mensaje de la serie: “Es posible reparar un corazón en ruinas” 

Espero que le guste sumergirse en el agua, tanto como a mí. Cuando era niña amaba pararme bajo el chorro del agua que caía de las azoteas a través de los desagües en los días de lluvia y disfrutaba en su totalidad sentir como el agua corría desde mi cabeza por todo mi cuerpo hasta llenar mis pequeños zapatos que pisaba con fuerza para ver cómo se convertían en diminutas y momentáneas fuentes.

El agua siempre me ha atraído; aprendí a nadar en pozos de agua natural y me gusta sumergirme en el mar y sentir cómo las olas se mecen de un lado a otro.

Ceremonia del agua

En este undécimo capítulo hablaremos precisamente del agua y de su implicación en nuestras vidas en este proceso de reparación de un corazón en ruinas.

Nehemías, quien nos ha acompañado en cada episodio, nos hace mención de una puerta más en el verso 26 del capítulo 3 de su libro anotando: Los sirvientes del templo que vivían en Ofel repararon la muralla hasta la puerta de las Aguas, al oriente, y la torre que sobresale.

La puerta de las Aguas era el lugar por el que salían las aguas que brotaban de la parte baja del Lugar Santísimo, representando la Palabra de Dios que fluía directamente de la presencia de Dios, dispuesta a saciar a los sedientos de esperanza, justicia y verdad.

Esa puerta era abierta una vez al año, en el último día de la Fiesta de Tabernáculos, también llamada la Fiesta de las Enramadas cuando se llevaba a cabo la “Ceremonia del Agua”, que consistía en un ritual en el que los sacerdotes sacaban agua del manantial de Siloé, pasando por la Puerta de la Fuente, y luego la entraban por la Puerta de las Aguas, que quedaba cerca del Templo. 

Justamente en el último día de esa celebración, Jesús hizo una invitación que está registrada en el evangelio según Juan, capítulo 7 versos 37 y 38: El último día de la fiesta de las enramadas era el más importante. 

Ese día, Jesús se puso en pie y dijo con voz fuerte: «El que tenga sed, venga a mí. Ríos de agua viva brotarán del corazón de los que creen en mí. Así lo dice la Escritura.

Una humanidad sedienta

Venir a Jesús en busca de agua, sí, porque la humanidad vive sedienta y solo Jesús tiene el poder, la capacidad y el amor que se requiere para saciar esa sed.

Él es el verbo, la palabra que es activa y que produce como resultado transformación en aquellos que la aceptamos con alegría y la atesoramos en nuestro interior.

La gran mayoría de nosotros, conocemos la historia de la mujer samaritana que vino a buscar agua al pozo a pleno mediodía para evitar ser juzgada por las demás mujeres que lo frecuentaban y allí mismo tuvo un encuentro directo con  el Mesías.

El capítulo 4 del evangelio de Juan nos cuenta que Jesús se sentó en la orilla del pozo a descansar, pero también a esperar a aquella mujer que sabía, necesitaba ser liberada de su estigma.

Cuando la vio, entabló conversación con ella pidiéndole agua; pero ella le recordó que Él era judío y que había una antigua enemistad entre ellos y los samaritanos. 

Sin embargo, Jesús hizo una declaración que cambiaría su vida por completo:  —Tú no sabes lo que Dios quiere darte, y tampoco sabes quién soy yo. Si lo supieras, tú me pedirías agua, y yo te daría el agua que da vida.

Usted no tiene manera de sacar agua del pozo para dármela— dijo ella. 

Pero Jesús insistió: —Cualquiera que bebe del agua de este pozo vuelve a tener sed,  pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed. Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna.

Entonces la mujer le dijo: —Señor, déme usted de esa agua, para que yo no vuelva a tener sed, ni tenga que venir aquí a sacarla.

Jesús le dijo:  —Ve a llamar a tu esposo y regresa aquí con él.  —No tengo esposo —respondió la mujer.

Jesús le dijo: —Es cierto, porque has tenido cinco, y el hombre con el que ahora vives no es tu esposo.

Lo que tanto deseamos

¿Piensa que Jesús la estaba juzgando? No, Él estaba mostrándole la salida a lo que ella anhelaba.  Ella anhelaba sentirse amada y perteneciente, por eso ¡había tenido ya seis maridos!.

La Palabra de Dios viene a nuestras vidas para saciar aquello que tanto deseamos. 

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Ella dejó de ser la que todos veían con menosprecio para convertirse en la primera misionera, como lo cuenta el verso 39:  Mucha gente que vivía en ese pueblo de Samaria creyó en Jesús, porque la mujer les había dicho: «Él sabe todo lo que he hecho en la vida.» 

Aguas profundas

La Puerta del Agua representa la Palabra de Dios que nos muestra la verdad, acerca de Cristo y de nosotros mismos, y somos justamente nosotros los que decidimos qué tanto queremos saber acerca de lo que Dios tiene para decirnos.

Para entender mejor esa declaración, permítame que lo conduzca a través de la visión que Dios le dio a Ezequiel en el capítulo 37: En mi visión, —dijo el profeta,  mi guía celestial me trajo de vuelta a la puerta del templo. Vi una corriente de agua fluyendo hacia el este, desde debajo del templo y pasando a la derecha del altar, o sea, sobre su lado sur.

Luego me trajo fuera del muro a través del pasillo de la entrada del norte y me hizo dar la vuelta hasta la entrada del este donde vi la corriente fluyendo por el lado sur (del pasillo de la entrada este).

Midiendo a medida que avanzaba, el guía celestial me llevó cuatrocientos cincuenta metros al este por la corriente y me hizo cruzarla. En este punto el agua me llegaba hasta los tobillos. 

Él midió otros cuatrocientos cincuenta metros y me indicó que lo cruzara de nuevo. Esta vez el agua me llegaba hasta las rodillas. Otros cuatrocientos cincuenta metros después me llegaba a la cintura. 

Pero cuatrocientos cincuenta metros más adelante había llegado a ser un río tan profundo que no podía cruzarlo salvo que nadara. Era demasiado profundo para cruzarlo a pie. 

Cuatro niveles de intimidad

Esos son los cuatro niveles en que nosotros podemos decidir sumergirnos en el conocimiento de la Palabra de Dios, así como la profundidad a la que deseamos que llegue en nuestras vidas.

Podemos apenas mojarnos los tobillos escuchando un mensaje acerca de Dios en un momento de necesidad y regresar a nuestra vida con la sensación de frescura y alivio que nos dió el momento.

Podemos ir hasta las rodillas y contemplar una vida religiosa de domingo que nos haga sentir que al menos estamos acercándonos a Dios y a su Palabra por decisión o por costumbre.

También podemos avanzar hasta la cintura y abrigar nuestro corazón en la Palabra de Dios, permitiéndole que dirija nuestros pasos y lleguemos a experimentar la grandeza de una relación bien establecida con Dios.

Pero solo algunos estaremos determinados a sumergirnos por completo para no regresar más a la orilla de nuestra propia opinión.

¡Vamos a las profundidades!

Sumergidos en la Palabra de Dios es que podemos descubrir los tesoros escondidos que de antemano el Señor había preparado para nosotros.

Es allí, en esas profundidades que pasamos de ser siervos para convertirnos en amigos de Dios, relacionándonos con Él con total naturalidad.

No más vergüenza

Para los que vivimos sumergidos, la sed no es más que el recuerdo de un estado al que no querremos volver jamás, porque Dios lo llena todo, lo suple todo, lo sana todo, lo limpia todo y no hay nada que no esté disponible para nosotros cuando estamos sumergidos.

La mujer samaritana olvidó su vergüenza, desechó su estigma y encontró que en Jesús estaba el verdadero amor del que ella siempre tuvo sed.

Isaías, escribió la declaración que hizo Dios mismo acerca de su Palabra, en el capítulo 55 versos 10 y 11:

Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y permanecen en la tierra para regarla, haciendo que la tierra dé grano y produzca semilla para el sembrador y pan para el hambriento, así es mi palabra.

Yo la envío y siempre produce fruto. Realiza cuanto yo quiero y prospera en dondequiera la envíe.

Dios siempre envía Su palabra a tiempo en nuestras vidas y siempre la envía con un propósito, bien sea restaurarnos, sanarnos, fortalecernos, guiarnos, animarnos, corregirnos o instruirnos.

Al restaurar la Puerta de las Aguas en nuestra vida,  la Palabra de Dios hará su tarea y cumplirá su propósito en nuestra vida.

Sumerjámonos en la Palabra del Señor, de modo que podamos entrar en una relación de total confianza con Él.

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