compartir el pan

La bendición es para compartirla

Sexta parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”

La bendición es para compartirla

“La bendición es para compartirla” más que una expresión que resuena desde la creación misma, es la consigna que debe regir nuestro actuar, y Nehemías viene a refrescarnos la memoria, recordándonos que compartir neutraliza el efecto del egoísmo en nuestra vida.

Hasta aquí hemos descubierto que la reparación de nuestro corazón inicia en procesos que están directamente vinculados a nuestra individualidad, pero a partir de ahora notaremos que es momento de pensar en colectivo y abrir nuestras manos para compartir lo que hemos recibido de gracia.

Veníamos hablando en el capítulo anterior acerca de que existen doce puertas que fueron restauradas por Nehemías y el pueblo que se unió a su tarea, simbolizando en cada una de ellas, una área de nuestra vida que precisa ser restaurada.

Y en este episodio vamos a hablar de la segunda puerta, que es llamada “la puerta del pescado”. 

Nehemías hace mención a ella en el capítulo 3, verso 3 escribiendo: La puerta del Pescado la construyeron. Colocaron las vigas, levantaron las puertas e instalaron sus cerrojos y barras.

El principio de una buena restauración es encargarse de fijar bases firmes que impidan que la construcción pueda derrumbarse o representen un riesgo potencial.

Vemos que una vez asentadas las vigas de soporte, estuvieron listas para mantener las dos hojas de la puerta funcionales para así poner cerrojos y barras;  elementos que reforzaban la seguridad.

La función de la puerta del Pescado era permitir el ingreso a los pescadores que llegaban a la ciudad con el fruto de su trabajo, listos para ofrecer alimento a sus familias y a quienes vivían dentro de los muros de Jerusalén.

La puerta del pescado representa el servicio a Dios y a nuestro prójimo, a través de los dones, las habilidades y las provisiones que hemos recibido.

Es por eso que cuando hablamos de pescados, viene a mi mente un relato en particular que es bastante conocido: La pesca milagrosa.

Pedro era un pescador hábil, que se encontraba decepcionado por haber enfrentado una dura temporada en la que los peces estuvieron huyendo por completo de sus redes cuando Jesús hace su aparición por primera vez en su vida.

Jesús llena sus redes hasta el punto en que las barcas, tanto la suya, como la de Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo que estaban con Pedro en ese momento, se hundían a causa del gran peso y número de peces en ellos.

Hay un detalle imperdible y es que a la orden de Jesús, los peces vienen hacia la red de Pedro, permitiéndole presenciar un milagro que impactó su corazón de manera definitiva y demostrándole la grandeza de Aquel que había aparecido para cambiar su vida por completo.

“Ahora serás pescador de hombres” le dijo Jesús a Pedro y nos dice a todos y cada uno de nosotros, porque la bendición que representa la grande salvación que hemos recibido es para compartirla.

Pero ¿Qué es lo que hace diferente a un pescador?

Paciencia, en dosis incalculables.  Silencio para evitar espantar los peces con el ruido de la palabrería y entendimiento de las condiciones adecuadas para lograr una pesca efectiva.

Sin duda alguna las cualidades que tiene un pescador de peces para atraer los peces a su red, son un reflejo de las que necesitamos desarrollar nosotros para atraer las personas a Jesús.

En ocasiones le compartimos a otros acerca de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, pero pronto nos impacentamos porque no toman de inmediato, la decisión de seguirlo.

Necesitamos entender que atraer personas al Reino de los Cielos, es un servicio que debemos estar dispuestos a realizar para Dios pero es un proceso lento que requiere de total paciencia.  

Ya Dios ha hecho el llamado, así como Jesús hizo el llamado a los peces que habían sido esquivos esa improductiva noche de Pedro, y  vendrán los que pasarán a la historia como parte de un milagro de multiplicación.

Porque los peces, mis apreciados amigos, también fueron protagonistas de la multiplicación, la generosidad y el poder creativo de Dios.

En dos ocasiones, unos cuantos peces, hicieron la diferencia cuando fueron puestos en manos de Jesús, quien los bendijo y los multiplicó para saciar la necesidad de alimentos de la gente que lo seguía.

Mateo, en el capítulo 14 relata desde el verso 15 lo que dijo el Señor a sus discípulos respecto a la multitud hambrienta.

Esa tarde, los discípulos se le acercaron y le dijeron:  —Este es un lugar alejado y ya se está haciendo tarde. Despide a las multitudes para que puedan ir a las aldeas a comprarse comida.

Jesús les dijo: —Eso no es necesario; denles ustedes de comer.

—¡Pero lo único que tenemos son cinco panes y dos pescados!—le respondieron.  —Tráiganlos aquí—dijo Jesús.

Luego le dijo a la gente que se sentara sobre la hierba. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró hacia el cielo y los bendijo. Después partió los panes en trozos y se los dio a sus discípulos, quienes los distribuyeron entre la gente.

Todos comieron cuanto quisieron, y después los discípulos juntaron doce canastas con lo que sobró.  Aquel día, ¡unos cinco mil hombres se alimentaron, además de las mujeres y los niños!

Y de nuevo en el capítulo 15 a partir del verso 34 escribió: Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

—Siento compasión por ellos. Han estado aquí conmigo durante tres días y no les queda nada para comer. No quiero despedirlos con hambre, no sea que se desmayen por el camino.

Los discípulos contestaron: —¿Dónde conseguiríamos comida suficiente aquí en el desierto para semejante multitud?

—¿Cuánto pan tienen?—preguntó Jesús.

—Siete panes y unos pocos pescaditos—contestaron ellos.

Entonces Jesús le dijo a la gente que se sentara en el suelo. Luego tomó los siete panes y los pescados, dio gracias a Dios por ellos y los partió en trozos. Se los dio a los discípulos, quienes repartieron la comida entre la multitud.

Todos comieron cuanto quisieron. Después los discípulos recogieron siete canastas grandes con la comida que sobró. Aquel día, cuatro mil hombres recibieron alimento, además de las mujeres y los niños.

Esos peces pasaron a la historia porque sirvieron de sustento a quienes tenían necesidad,  enseñándonos que los recursos que Dios ha puesto en nuestra mano, son multiplicados cada vez que los ponemos al servicio de los demás.

Quienes llegaron a cada uno de esos lugares del relato con esos pocos peces que fueron puestos en las manos de Jesús y multiplicados hasta recoger sobras superiores a la cantidad inicial, nos enseñaron que lo insignificante para nosotros, puesto en manos de Dios, resulta suficiente y sobreabundante.

Probablemente nos hayamos preguntado si lo que tenemos a nuestra mano es suficiente para ofrecerlo a los demás; si un pan, una camisa, un vaso de agua o una sonrisa pueden hacer la diferencia en la vida de otros, sin embargo; Jesús, con esos milagros nos demostró que sí.

El hambre que saciaron esos peces era de varios días y de muchas personas, pero en cuanto se dieron con el corazón dispuesto a servir, cumplieron a entera satisfacción su misión.

Hemos recibido dones, habilidades y provisiones del Cielo que deben ser puestas al servicio de los otros,  porque precisamente ese fue el motivo por el cual nos fueron entregados.

Nuestra generosidad, bien entregada, atraerá las personas a Dios, como atrajo esa mañana la voz de Jesús los peces a la red de Pedro.

Somos pescadores de hombres, tenemos la tarea de servir al Señor de modo que muchos puedan beneficiarse de la salvación que hemos recibido de su mano.

firma autor

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja un comentario