soltar lo viejo para avanzar a lo nuevo

Suelta lo viejo y recibe lo nuevo

Séptima parte de la serie: “Es posible sanar un corazón en ruinas”

Suelta lo viejo y recibe lo nuevo

Bienvenidos al séptimo mensaje de la serie: “Es posible reparar un corazón en ruinas” 

En esta ocasión, estaremos hablando de una de las etapas que más dificultad suele representar a la hora de hacer cambios en nuestras vidas:  Soltar lo viejo para poder recibir lo nuevo.

Pero antes de adentrarnos por completo en el tema, recordemos que estamos viendo paso a paso el proceso de restauración que el Espíritu Santo está interesado en hacer en la vida de cada uno de nosotros, teniendo como referencia la restauración que hizo Nehemías en las puertas y los muros de Jerusalén.

Ya hablamos de las dos primeras puertas restauradas: La de las ovejas y la del Pescado, y hoy, hablaremos de una tercera puerta llamada: “La puerta vieja”.

El capítulo 3 de Nehemías en el verso 6 nos cuenta que: La puerta Vieja fue reparada por Joyadá hijo de Paseaj, y Mesulán hijo de Besodías. Ellos colocaron las vigas, pusieron las puertas e instalaron los cerrojos y barras.

Esa puerta vieja, como su nombre lo indica, nos habla del pasado, de lo antiguo, de aquello que hemos atesorado o aprendido antes de entregarle nuestro corazón a Dios.  De ese esquema de pensamiento obsoleto que es preciso revisar para poder desechar lo que no conviene y abrazar lo que sí conviene.

Creo que casi todos tenemos un par de zapatos viejos que quisiéramos no tener que desechar porque nos resultan demasiado cómodos y no deseamos deshacernos de ellos.

O tal vez un pijama que ya tiene uno que otro orificio y está descolorido, pero nos negamos a sacarlo del ropero aunque hayamos comprado varios nuevos que bien podrían reemplazarlo.

Permítame admitir que también yo, porque esa, es una conducta completamente natural en los seres humanos y tiene todo que ver con nuestro sistema de creencias y costumbres.  

Nos sentimos cómodos con lo viejo porque ya lo conocemos y tenemos mayor claridad acerca de sus ventajas y desventajas.

Posiblemente apegarnos a un par de zapatos o un pijama no haga una diferencia sustancial en nuestra vida, pero cuando nos aferramos a hábitos destructivos de los que no queremos desprendernos, sí que estamos en riesgo.

Hay quienes conservan el rencor como si fuera algo valioso de lo que difícilmente podrían deshacerse; otros están empeñados en mantener la costumbre de juzgar a la primera porque así fueron enseñados desde niños, aunque sean conscientes de que esa es una conducta destructiva.

No obstante, el apóstol Pablo a través del capítulo 4 de su carta a los Efesios, nos invita a replantearnos la importancia vital de hacer una renovación de nuestra mente y corazón.

El verso 21 nos abre el panorama por completo y nos reta al decir: Si de veras han escuchado acerca del Señor y han aprendido a vivir como él, saben que la verdad está en Jesús. 

La pregunta que podríamos hacernos sería: ¿Estamos tan convencidos de que Dios es tan sabio, tan buen Padre, tan poderoso y tan veraz como para entender que sus orientaciones son las mejores y las más indicadas para nuestras vidas?

De ser así, atendamos a la indicación que continúa dándonos el apóstol:

Quítense, como si se tratara de ropa vieja, su naturaleza tan corrompida por los malos deseos. Renueven sus actitudes y pensamientos; sí, revístanse de la nueva naturaleza que Dios creó, para que sean como él, verdaderamente justos e íntegros.

No será posible permanecer limpios, si después de tomar un baño nos ponemos la misma ropa que traíamos durante varios días; de igual modo no podremos restaurar nuestro corazón roto si nos empeñamos en mantener nuestra antigua manera de pensar y actuar.  

Se requiere tomar decisiones drásticas y hacer cambios definitivos que van a traer mucho beneficio aunque representen un gran reto pues implica romper con patrones de conducta que llevaban el tiempo suficiente como para haberse arraigado en lo profundo de nuestro ser.

Continúa Pablo, dándonos luz acerca de las instrucciones que debemos considerar a diario:  Dejen, por lo tanto, la mentira; díganse la verdad unos a otros siempre, porque somos miembros de un mismo cuerpo.

Hemos sido creados para aprender a vivir en armonía y en unidad y la mentira, es un enemigo sigiloso que cuando es descubierto genera tanta división que hasta puede llegar a destruir por completo todo lo que con esfuerzo construimos.

Llegamos a acostumbrarnos tanto a la mentira que la minimizamos y para algunos, es un tema casi sin importancia, sin embargo; eso no elimina sus efectos destructivos.

Además de eso, dice Pablo: Si se enojan, no cometan el pecado de dejar que el enojo les dure todo el día. Así no le darán lugar al diablo.

Confieso que no guardar el enojo quizás fue uno de los mayores retos a los que me ví enfrentada, porque no aprendí en casa que los enojos se resolvían lo más pronto posible para evitar distanciarse de las personas que amas.

Tengo familiares, amigos y conocidos que guardaron su enojo por largas temporadas y con ello se privaron de compartir con personas valiosas, porque en algún momento, les hicieron algo que hirió su corazón y decidieron guardar el daño antes que abrirle la puerta al diálogo y al perdón.

Es más fácil guardar rencor y ser la víctima del otro, que tener el valor de expresar nuestro dolor, escuchar la versión del otro y resolverlo juntos.

Pero la lista prosigue: El que era ladrón, deje de robar; al contrario, trabaje honradamente con sus manos para que tenga con qué ayudar a los que estén en necesidad.

Nunca empleen un lenguaje sucio; más bien digan palabras que les hagan bien a los que las oyen y los ayuden a madurar.

Ese lenguaje sucio al que se refiere el apóstol hace referencia a las obscenidades, los insultos, y las expresiones duras que se han hecho comunes y populares, al punto que dejamos de medir el impacto que causan en el corazón de quienes las oyen.

Las hicimos parte de nuestro lenguaje, de nuestra música, de nuestra cotidianidad y hasta parece “normal” usarlas con nuestra familia.

Aparentemente el impacto de esa vieja naturaleza sólo alcanza a nuestros seres queridos o a nosotros mismos, pero Pablo dice que hasta el reino de los Cielos lo lamenta y por eso en el verso 30 nos alerta: No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual Dios los selló para el día de la salvación.

¿Entonces, qué hacer? ¿Cómo podemos transformar nuestros pensamientos y hábitos para hacer la diferencia en nosotros y en nuestro corazón?

Dice el apóstol: Arrojen de ustedes la amargura, el enojo, la ira, los gritos, las calumnias y todo tipo de maldad. 

Al contrario, sean bondadosos entre ustedes, sean compasivos y perdónense las faltas los unos a los otros, de la misma manera que Dios los perdonó a ustedes por medio de Cristo.

Es posible reparar nuestro corazón si estamos dispuestos a abandonar las malas conductas que hacen parte de nuestra vieja naturaleza y permanecer abiertos y dispuestos a aprender y a adoptar las nuevas conductas que Dios nos enseña para ser revestidos de una nueva naturaleza.

Esa invitación de Dios a recibir todo lo “nuevo” está presente en nuestro diario vivir.  En la medida que vamos desechando las cosas viejas, abrimos la invitación a que cosas nuevas lleguen a nuestra vida.

Y eso aplica para la ropa, para los objetos personales, para las amistades que no nos suman y que nos drenan la energía y para las relaciones tortuosas en las que permanecemos por temor.

Dios está interesado en ayudarnos a reparar nuestro corazón roto, pero es imprescindible arrojar de él todo lo que hemos guardado del pasado que ha causado daños en nuestra vida y en la de quienes amamos.

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