“La culpa es tuya” gritó el hombre con vehemencia mientras su madre entre lágrimas de angustia veía como lo esposaban para subirlo a la patrulla. Había sido denunciado por sus vecinos luego de que, nublado por el alcohol y las drogas, iniciara una riña con su hermano…
“La culpa es tuya” le susurró el esposo al oído mientras ella, acurrucada, cubría su rostro para evitar un golpe más…
“La culpa es tuya” le dijo el padre de familia a su hijo, mientras lo azotaba para liberar el enojo de sus propias frustraciones…
“La culpa es tuya” gritó la mujer a su marido mientras se marchaba en brazos de alguien más…
No sé cuántas veces usted o yo, hayamos escuchado esa frase en boca de personas “adultas” que se aferran a las vivencias duras de su infancia para validar su mal comportamiento.
Sí, indiscutiblemente todos los seres humanos hemos atravesado situaciones complejas en nuestra infancia que fueron marcando profundas cicatrices, pero también es cierto que lo que somos como adultos, no depende exclusivamente de lo que vivimos como niños.
La crianza de nuestros padres tiene un límite de edad a partir del cual, nos queda la responsabilidad directa de construir la persona que queremos ser.
¡La responsabilidad también es nuestra!
Somos los directos arquitectos de nuestro ser, de nuestra madurez y de la persona que hoy somos.
No podemos seguir excusando los malos comportamientos, las palabras hirientes y los compromisos abandonados bajo el pretexto de lo que nos sucedió a los cinco años.
Si sufrimos heridas tenemos la oportunidad y el deber de sanarlas para avanzar y sacar del dolor el tesoro de la empatía, el perdón y la bondad.
Es de eso que se trata el ser “adulto”, de madurar para tomar las decisiones que nos aparten de lo que nos destruye y puede perpetuar la conducta destructiva sobre otros.
De hacer todo lo que sea necesario para superar las adversidades del pasado y obtener la experiencia que nos ayude a evitar repetir los errores en el presente; de aceptar nuestra responsabilidad en los resultados que obtenemos y en la forma en que nos conducimos.
Entonces, y sólo entonces, dejaremos de culpar a otros, haremos mejores elecciones y podremos estar sanos para vivir a plenitud.