montaña rusa
Vivamos la vida conscientes y presentes.

 ¡Paren el mundo que me quiero bajar!

¿Alguna vez tuvo la oportunidad de asistir a una feria de atracciones mecánicas?

Si lo ha hecho, coincidirá conmigo en que allí los comportamientos son tan diversos como lo son los juegos:

Hay quienes buscan aparatos extremos, como la montaña rusa con el objetivo de disfrutar de una experiencia que haga correr la adrenalina por su sangre como un río desbocado de emoción.

Algunos no suben a ninguno, porque sus prejuicios se lo impiden y se quedan apenas para observar a los demás y  juzgar sus conductas.

Unos cuantos, paralizados por sus temores, guardan prudente distancia, esperando que sus intimidantes pensamientos negativos no se hagan realidad y tengan que presenciar como alguien cae de una gran altura o una de esas estructuras colapsa.

Otros tantos, encuentran que, luego de varios giros del recorrido por las estructuras metálicas, el primer estímulo se hace cada vez menos excitante y ya no hay como recuperar la emoción inicial.

Por algo dicen que “Cada uno habla de la feria como le va en ella”. 

Observando todo esto llegué a la conclusión de que la vida de algunos se asemeja bastante a su comportamiento en cualquiera de esas ferias.

Para quienes se dedican a observar a través de sus prejuicios, la feria y la vida son una especie de lugar peligroso, aburridor y costoso en el que las luces incomodan y el ruido es una verdadera molestia, porque también sus vidas, vividas desde la envidia y la crítica perdieron el brillo y la perspectiva.

Y para los temerosos, todo lo que observan comunica riesgos sobredimensionados a los que no están dispuestos a exponerse, y se les va la vida pensando en lo que pudo haber sido y no fue. 

Para los que conciben la vida como una única oportunidad para probar todo lo que ofrece, sin detenerse a analizar riesgos o consecuencias, la prisa por experimentar, los lleva a correr desbocados tras el ambiente de excitación que promete grandes dosis de “felicidad momentánea”.

Están convencidos de que las ferias de atracciones mecánicas al igual que la vida, son temporales y pasajeras, por lo que se sumergen en el desenfreno que los conduce a una descomposición emocional, espiritual y social, de la que luego no saben cómo reponerse.

Abandonan el control de sus vidas hasta que llega el momento en que perdida la emoción y la motivación inicial, sus vidas giran de manera tan compulsiva y atemorizante que desearían gritar: “Paren el mundo que me quiero bajar”.

Pero la vida no se detiene, ni hace concesiones. 

Ojalá tuviésemos en cuenta que si nos hemos subido a esa montaña rusa, tendremos la oportunidad de acudir a Dios quien es el único que tiene el poder para contenerla y ayudarnos a bajar de ella sin daños colaterales.

 Y si somos observadores prejuiciosos, indiferentes o temerosos, también Dios puede enseñarnos el mecanismo que nos permita disfrutar la vida sin temor al daño.

Hallar la solución puede que no sea tarea fácil, pero lo más importante es que existe, que está a nuestra mano y  que depende de nosotros el aplicarla o no.

firma autor

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja un comentario